El nuevo patrón del FMI (Fondo Monetario Internacional) el francés Dominique Strauss-Kahn.
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Los convulsiones de los altos dirigentes de las grandes instituciones financieras internacionales no deber ser interpretadas como simples asuntos personales sino como signos reveladores de una profunda crisis del sistema. Y las reformas propuestas por los nuevos patrones del Banco Mundial (el estadounidense Robert Zoellick) y del FMI, Fondo Monetario Internacional (el francés Dominique Strauss-Kahn), no son más unos simples toques de cirugía estética que tienden a mantenener el control por los Estados Unidos. Ha llegado el momento de hacer una investigación y balance sobre su gestión y pensar en algo nuevo que vaya en los intereses de los países en desarrollo.
El Banco Mundial y el FMI viven una grave crisis de legitimidad. Paúl Wolfowitz, presidente del Banco desde junio de 2005, se vio obligado a dimitir en junio de 2007 tras el escándalo relacionado con el caso de nepotismo que protagonizó. Mientras que varios países miembros del Banco afirmaban que ya era tiempo de poner al frente de la institución un ciudadano o ciudadana del Sur, el presidente de Estados Unidos impuso por undécima vez un estadounidense para presidirla, Robert Zoellick.
A principios de julio de 2007 fue el turno del director general del FMI, Rodrigo Rato, de comunicar de improviso su dimisión. Los Estados europeos se pusieron de acuerdo para reemplazarlo por un francés, Dominique Satrauss-Kahn.
Estos hechos recientes han puesto en evidencia ante la población de los Países en Desarrollo (PED) cómo los gobiernos de Europa y de Estados Unidos quieren mantener el control, sin fisuras, de las dos principales instituciones financieras multilaterales, mientras otro europeo, Pascal Lamy, preside la OMC. Resumiendo, tanto las circunstancias de la dimisión de Paúl Wolfowitz como la designación de nuevos directivos de las principales instituciones que orientan la globalización demuestran que la buena gobernanza adquiere un sentido muy relativo cuando se trata del reparto del poder a escala internacional.
La dimisión forzada de Paúl Wolfowitz
Acorralado en sus últimos reductos, Paúl Wolfowitz comunicó en mayo de 2007 su renuncia como presidente del Banco Mundial. El caso de nepotismo y de aumento desmesurado del sueldo de su compañera sentimental ¿era en realidad nada más que un simple «error» cometido por alguien que actuaba de «buena fe»? Bagatelas... Conocer a Wolfowitz permite comprender mejor cómo se ha llegado hasta ahí.
En marzo de 2005, la decisión de colocar en la presidencia del Banco Mundial al subsecretario de Estado de Defensa, y uno de los principales arquitectos de la invasión militar de Afganistán en el 2001 y de Iraq en 2003, hizo correr mucha tinta. Wolfowitz es un auténtico producto del aparato de Estado de Estados Unidos. Muy pronto, se interesó en cuestiones de estrategia militar. En 1969, trabajó para una comisión del Congreso con el objetivo de convencer al Senado de la necesidad de que Estados Unidos se dotara de un paraguas antimisiles frente a la Unión Soviética. Lo logró. Un hilo conductor en su pensamiento estratégico: identificar los adversarios (URSS, China, Iraq...) y demostrar que son más peligrosos de lo uno se imagina, con el fin de justificar un esfuerzo suplementario de defensa (aumento de presupuesto, fabricación de nuevas armas, despliegue masivo de tropas en el exterior...), llegando hasta el inicio de ofensivas o de guerras preventivas. Ya conocemos la continuación.
Dos palabras sobre la trayectoria asiática de Wolfowitz: De 1983 a 1986, dirigió el sector Asia del Este y el Pacífico del departamento de Estado con Ronald Reagan, antes de ser embajador de Estados Unidos en Indonesia entre 1986 y 1989. Durante este período apoyó activamente a regímenes dictatoriales, tales como el de Ferdinand Marcos en Filipinas, de Chun Doo Hwan en Corea del Sur o de Suharto en Indonesia.
Tras la movilización popular que expulsó a Ferdinand Marcos en 1986, Wolfowitz organizó la fuga del dictador, que encontró refugio en Hawai, el 50º estado de Estados Unidos. Sin embargo, no hay que pensar que Wolfowitz sea el chico malo a la cabeza de una institución generosa e inmaculada. Ya es hora de descorrer el velo y exigir al Banco Mundial que rinda cuentas de sus acciones desde hace más de 60 años.
El pasivo del Banco Mundial es demasiado abultado para que se limite a la dimisión de Paúl Wolfowitz. Su reemplazo por Robert Zoellick no constituye ninguna mejora.
Robert Zoellick, representante comercial de Estados Unidos
Zoellick no tiene ninguna cualificación en materia de desarrollo. Bajo el precedente mandato de Bush fue el principal representante de Estados Unidos en el seno de la OMC, y privilegió sistemáticamente los intereses comerciales de la mayor potencia económica mundial con menosprecio de los intereses de los países en desarrollo. En el curso de los preparativos de la reunión de la OMC en Doha, en noviembre de 2001, había visitado a los gobiernos africanos con la finalidad de comprar su voto. Se trataba de que aceptaran la agenda de Doha, que felizmente permanecía descarrilada a finales del 2007.
Después se especializó en la negociación de los tratados bilaterales de libre comercio firmados por Estados Unidos con diferentes PED (Chile, Costa Rica, República Dominicana, Guatemala, Honduras, Jordania, Marruecos, Nicaragua, El Salvador, etc.), que favorecen los intereses de las multinacionales estadounidenses y limitan el ejercicio de la soberanía de los países en desarrollo, antes de llegar a ser secretario de Estado adjunto, junto a Condoleezza Rice. A partir de julio de 2006, Robert Zoellick fue vicepresidente del consejo de administración del banco Morgan Stanley, encargado de las cuestiones internacionales.
Es importante recordar que éste es uno de principales bancos de negocios de Wall Street, claramente implicado en la crisis de la deuda privada que estalló en agosto de 2007 en Estados Unidos. Así mismo, Morgan Stanley participó activamente en la creación de un montaje colosal de deudas privadas a partir de la burbuja especulativa del sector inmobiliario. Robert Zoellick se fue de Wall Street para ocupar la plaza de Paúl Wolfowitz en la presidencia del Banco Mundial en julio de 2007, justo a tiempo para no verse implicado directamente en la crisis.
La encantadora divisa del Banco Mundial («nuestro sueño, un mundo sin pobreza») no debe hacer olvidar que fundamentalmente la institución adolece de un grave vicio de forma: está al servicio de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, de sus grandes empresas y de sus aliados, y es indiferente ante la suerte de la población pobre del Tercer Mundo. Por consiguiente, hay una única solución a la vista: la eliminación del Banco Mundial y su reemplazo en el marco de una nueva arquitectura institucional internacional. Un fondo mundial de desarrollo, en el marco de la Naciones Unidas, podría estar vinculado con unos bancos regionales de desarrollo del Sur, bajo el control directo de los gobiernos del Sur, funcionando democrática y transparentemente.
Dominique Strauss-Kahn, nuevo director del FMI
El 1º de noviembre de 2007, Dominique Strauss-Kahn asumió sus funciones al frente del FMI, después de un largo proceso sabiamente orquestado: opción por su candidatura por Nicolas Sarkozy a fin de debilitar aún más la oposición política en Francia; acuerdo muy rápido sobre su nombre por los 27 países de la Unión Europea , a fin de salir al paso de las críticas sobre la regla tácita de atribuir a un europeo la presidencia del FMI (a cambio de la dirección del Banco Mundial a un estadounidense); campaña en numerosos países apoyada por una costosa agencia de propaganda, basada en el tema de la «reforma» del FMI y de su ayuda a los países pobres; aparición sorpresiva de otro candidato (el checo Josef Tosovky), sin ninguna posibilidad de ser elegido, pero que dio al proceso una apariencia democrática; y por último, la designación por unanimidad de Dominique Strauss-Kahn.
El fin de esta maniobra de prestidigitación mediática era disimular la realidad del FMI, también en grave crisis de legitimidad. Los países del Sur ya no quieren recurrir a éste para no tener que someterse a continuación a su feroz dominación. Muchos de ellos (Brasil, Argentina, Indonesia, etc.) llegaron incluso a saldar anticipadamente su deuda para desembarazarse de su enojosa tutela.
Con lo cual, actualmente el FMI no logra cubrir sus gastos de funcionamiento y hasta su propia existencia está amenazada. Por ello la necesaria «reforma», no para insuflarle un cambio democrático que tenga en cuenta el interés de la población más pobre, sino para asegurar nada menos que su supervivencia y afrontar una fuerte contestación a todo lo ancho del planeta. El FMI es una institución que exige desde hace más de 60 años, con la mayor prepotencia, que los gobiernos de los PED apliquen medidas económicas que benefician a los ricos a los opulentos acreedores y a las grandes empresas. A tal efecto, durante las últimas décadas el FMI contribuyó con un soporte esencial a tantos regímenes dictatoriales y corruptos, de Pinochet en Chile a Suharto en Indonesia, de Mobutu en el Zaire a Videla en Argentina, y actualmente a Sassou Nguesso en el Congo Brazzaville, a Déby en el Chad, entre muchos otros.
Después de la crisis de la deuda de principios de los años 80, el FMI impuso sin contemplaciones unos programas de ajuste estructural que tuvieron las desastrosas consecuencias para los pueblos del Sur que conocemos: recortes de los presupuestos sociales, apertura de los mercados a las multinacionales que arruinan a los pequeños productores locales, producción enfocada a la exportación abandonando el principio de soberanía alimentaria, privatizaciones, un régimen fiscal que agudiza las diferencias...
Ninguna institución puede situarse por encima de los textos y tratados internacionales, pero el FMI se arroga en sus estatutos una inmunidad jurídica absoluta. Por otra parte, no se le podrá hacer ninguna reforma sin el consentimiento de Estados Unidos, que detenta una minoría de bloqueo, algo absolutamente inaceptable. Cualquier proyecto de reforma que modifique las relaciones de fuerza internacionales puede ser bloqueado por los representantes de los grandes acreedores. Estos elementos hacen imposible cualquier cambio aceptable del FMI.
Por consiguiente, dado que el FMI ha demostrado ampliamente de su fracaso en términos de desarrollo humano y que es imposible exigirle que rinda cuentas de su actividad desde hace 60 años, hay que exigir su disolución y su reemplazo por una institución con una gestión transparente y democrática, cuya misión esté centrada en garantizar el cumplimiento de los derechos fundamentales.
Es por esto por lo que las principales campañas para la anulación de la deuda a escala mundial han comenzado a llevar a cabo una auditoría completa de las instituciones financieras internacionales, con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza.